No importa qué tan compleja sea la realidad, en un cartel cubano tomará su mínima expresión visual.
En el verano de 1967 el cartel cubano La rosa y la espina, diseñado por Alfredo Rostgaard para representar el 1er Encuentro Internacional de la Canción Protesta, se alzaba como vía de exteriorización y compendio de los dilemas políticos y sociales de los pueblos oprimidos.
Con este festival, la Casa de las Américas reunía en Cuba a decenas de trovadores procedentes de variados parajes del mundo. Estos artistas, que aislados eran ignorados y censurados, pudieron hacer oír sus voces de rebeldía y de esperanza.
Respaldándolos en su lucha contra la injusticia social y la explotación, esta cita de la canción de protesta les abrió un espacio de expresión y contribuyó a reforzar su conciencia de unión alrededor de una causa común.
En este enlace se puede leer un nostálgico y emotivo recuento que retrata el ambiente reinante durante el 1er Encuentro Internacional de la Canción Protesta.
Cartel cubano La rosa y la espina: un clásico de la gráfica reivindicativa
Desde el compromiso social y el activismo político, la gráfica reivindicativa se alza como instrumento para defender derechos o denunciar injusticias.
En el cartel cubano La rosa y la espina, con un idioma pictórico que supera diferencias culturales, límites temporales y estilos personales, Alfredo Rostgaard propugna mediante la idea y el símbolo un grafismo de contenido poético.
La musicalidad de los juegos de colores planos delimitados en contornos silueteados y la expresividad de las formas de cierto aire “naif” le confieren una gran viveza y armonía a esta obra.
Calidad artística, poesía visual y síntesis comunicativa para captar y encarnar la animada vida cultural de la época: el cartel cubano La rosa y la espina, además de elevar el cartel a la categoría de obra de arte, contribuyó a dar a conocer y a perpetuar en la memoria colectiva el movimiento de la canción de protesta.