El diseño de envases revela los valores de una sociedad y refleja la cultura en la que existe. Esta es la historia de cómo el packaging provocó un encuentro entre dos mundos e introdujo a toda una generación a un nuevo período histórico.

El término “colección” tiene una connotación única para la mayoría de los cubanos nacidos en los ochenta. Las colecciones eran álbumes que los niños llenaban de envoltorios de productos diversos, en una práctica que poco tenía que envidiarle a la filatelia. Aquellos libros se convirtieron en uno de los mejores pasatiempos de los niños cubanos, que, con el fin de perfeccionar sus colecciones personales, intercambiaban y vendían las etiquetas.

Encuentro entre dos mundos

Muchos envoltorios de golosinas despertaban en nosotros intensas emociones, pues la mayoría no las habíamos probado jamás. Estos productos empezaron a aparecer en Cuba en los noventa como consecuencia de un giro histórico, el colapso de la Unión Soviética en 1991, que sumió a la isla en una crisis económica brutal que los cubanos conocemos como “período especial”.

Para recuperar la economía el país se abrió al turismo extranjero, a las empresas mixtas y a los cubanos residentes en el exterior. Así arribaron a Cuba objetos propios del capitalismo, y con ellos una estética desconocida para los niños cubanos. Estos productos (golosinas y productos de aseo entre otros), que los cubanos residentes en el exterior traían en sus equipajes o que se vendían en las recién creadas “diplotiendas”, nos hacían imaginar un mundo colorido y exquisito. Un mundo lejano, puesto que estas tiendas estaban reservadas para los ciudadanos extranjeros.

Los envoltorios los obteníamos si teníamos familiares en el extranjero, si nos topábamos con el papel sobre la acera, o trocándolo con algún amigo. El origen foráneo del envoltorio era un criterio indispensable para formar parte de la colección.

Colecciones didácticas

Los envoltorios, más allá de la diversión de coleccionar, cumplieron otras funciones:

– Aprender colores inéditos y experimentar nuevos materiales a través de los diseños (tonos fluorescentes, brillos tornasoles, texturas, etc.)

– Desarrollar habilidades de negociación a edades tempranas (el atractivo y rareza determinaban el valor de los envoltorios para la venta y el trueque)

– Fomentar la imaginación olfativa (inferir, oliendo una y otra vez el envoltorio, sabores que nunca habías probado)

También aprendimos que el tiempo de la igualdad había llegado a su fin: la disparidad entre las compilaciones indicaba las diferencias entre las familias de una manera visible para los niños.

Hoy recuerdo mi colección y siento una mezcla de nostalgia y de angustia. Pero quizás mi pasión por el packaging viene también de allí, de ese estímulo que te proporciona un papelito de caramelo que nunca has probado, que ni siquiera entiendes, pero que te hace brillar por dentro.

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