Texto de Kina Matahari, cortesía de la artista.


Durante la adolescencia, un sueño recurrente apocalíptico me traumatizaba: la inminencia de un tsunami. Veía la ola formarse en prolongado lapso de tiempo. El mar se retraía, encrespaba y embestía con descomunal violencia. Mi solución para no ser arrastrada consistía en amarrarme a una columna, o cualquier elemento arquitectónico que lo permitiera, y aguantar la respiración. El mar llegaba en forma de rayo verde iridiscente. En el paisaje subacuático urbano, quedaban flotando objetos y algas. Elementos humanos y marinos realizaban a la par la danza ingrávida en un mundo habitado por sirénidos.  

El método de interpretación onírica desarrollado por Freud encontraría caldo de cultivo fecundo en este sueño. Como ventana abierta al inconsciente, destaparía toda clase de connotaciones asociadas a deseos insatisfechos, temores, traumas enmascarados con signos, que apenas habría que sustituir por otros para destapar sus verdaderos significados.  Los elementos simbólicos que componían el sueño, develaron un recuerdo encubierto procedente de la infancia, ante la visualización de la exposición Sangre de Sirena.

Desde el 27 de diciembre pasado y durante todo el mes de enero, se mantuvo en el estudio de arte corporal La Marca (Obrapía 108C, bajos, entre Oficios y Mercaderes) la exposición de Duchy Man Valderá. La obra de la artista es extensa, versátil, multifacética y magnética. Con formación multidisciplinar entre las artes plásticas, el diseño y la literatura, Duchy ha desarrollado una sólida carrera con frutos táctiles en más de una docena de exposiciones personales, múltiples colectivas, comisariado internacional de arte y cultura, premios, obras en numerosas colecciones. Pero su trabajo más expansivo y fértil, son las ilustraciones para diseño editorial. Obras que se multiplican a sí mismas en miles de libros como bichitos sensibles al tacto de las manos y los ojos, que habitan en libreros, mesas de noches, mochilas de todo el mundo. Precisamente de esta manera se encontraba su imaginario visual encofrado en mi profunda conciencia. Los ojos chinos venían asediándome desde la infancia, atravesando las páginas de los libros, labrando escenas e historias complementarias a las narraciones. En La Marca me encontré, una vez más, frente a ellos.

La visualidad de las obras de Duchy posee un signo personal potente, un sello escribano milenario que se fusiona con lirio art nouveau, cómic, ciencia ficción, la posthistoria apocalíptica cyberpunk que viene después y todo lo demás. Sus personajes y atmósferas levitan en la atemporalidad trascendente del loto místico. La línea, como cabello que se prolonga de la propia sangre recrea seres andróginos, la maravilla tergiversada del encaje y el textil, mágicos pabellones calados en fino hilo de oro y el grito tétrico del horror maculando lo hermoso. Las culturas y tradiciones del mundo alimentan la fuente temática que nutre su trabajo. El área geográfica, foco de su obsesión, es Asia. Oriente le viene por herencia familiar (ascendentes chinos) e invade formal y conceptualmente sus creaciones. Su obra visual tiene una cualidad expansiva, rica en registros de expresión y significantes referenciales contenidos.

Sangre de Sirena se conforma como una gran historieta narrada a partir de fragmentos. Resulta un cadáver exquisito remix de anteriores y nuevas composiciones, un contrapunteo estilístico entre la brillantez del color y la textura contrastada blanquinegra. Presenciamos reproducciones de ilustraciones reconocidas como las que acompañan los libros Calvina de Carlo Frabetti, El barco fantasma (Selección de cuentos ingleses) o Genji Monogatari de Shikibu Murasaki. De la historieta La ciudad Muerta, presenta tres complejas escenas de finísima factura. En ellas se regodea en la floritura del relleno de fondos, sombras, arquitectura; descompone imágenes, plantea transparencias, vacíos espaciales, en un juego de contrastes y opuestos. 

Calvina. Duchy Man Valderá.


Un guiño, acaso escondido, esboza otro rango de acción de la artista. El espacio virtual proactivo del internet se convierte en escenario citado en una de las obras. La clara representación tipográfica de las siglas MHLC (Me hackearon la cuenta) en los lentes de uno de sus personajes aluden a un grupo popular de memeros en la red social Facebook. Duchy participa y crea también sus handmade memes temáticos en esta plataforma, cual digna “cyborg warrior futurista”. 

Las texturas brillantes y elaboradas de ilustraciones como Madame Crisantemo y el Sicomoro o Turandot, aun disfrutables en el pequeño formato de la copia, provocan en mí el deseo de apreciarlas estampadas en grandes telas, con collage de sedas chinas y bordados dorados a relieve. Pero como Duchy seguramente nos está reservando algo así para otra ocasión y ahora estamos en un estudio de tatuajes, debemos ser coherentes con el discurso. Por eso la vemos desahogando el gran formato a manera de graffiti urbano en un muro del estudio. Dos medios rostros de mujer, de frente y de perfil, se comunican a través de las llamas que emanan de sus bocas.

Turandot. Duchy Man Valderá.


Turandot. Duchy Man Valderá.


Turandot. Duchy Man Valderá.


Turandot. Duchy Man Valderá.


Como eje centrípeto de la exposición (asumo sólo por el mero hecho de aportar el título) encontramos la más colorida de las imágenes: Sangre de Sirena. El fondo azul entintado contiene una representación coronada por el halo que forma su cabello de fuego. En una mano porta un ancla, en la otra se enrosca una serpiente. Máscara y peto dorado la engalanan. La cola se bifurca, y ya no es la sirena común, sino una Ningyo. 

Una sirena de Japón no tiene nada que ver con la sirena de la mitología occidental. Ambas son entendidas como seres fatales. Pero las Ningyo japonesas lejos de ser hermosas son terroríficas. Descritas por la mítica popular de diversas formas: cubiertas de escamas doradas, con una voz aguda como el sonido de una flauta, más bestial que humano, grotescas, cruce entre pez y mono, brazos escamosos que terminaban en garras retorcidas, humanoide simiesco, con cabeza de reptil con dientes afilados, podían poseer cuernos o cambiar de forma. 

Una famosa evidencia de las Ningyo es la sirena Fiji, del santuario Tenshou-Kyousha en Fujinomiya. La leyenda cuenta que al ser capturada, contó haber sido un pescador condenado a abandonar su forma humana como castigo por pescar en zona prohibida. Pidió que fundaran en este sitio un santuario para que todas las personas aprendieran de su error y valoraran la vida.

También se adoraba religiosamente a estos seres y en varios templos budistas se pueden encontrar representaciones de sirenas. La Ningyo como diosa, llora lágrimas de perlas. Si una mujer mortal lograra capturarla y arrancarle de un bocado su carne, obtendría belleza celestial y eterna juventud. Además, se entendía como mal augurio que alguna quedase atrapada en redes o fuese capturada, porque desataría grandes tormentas y tsunamis.

Me encuentro de regreso al sueño adolescente, que a su vez se ha convertido en ilustración que llega desde el recuerdo infantil. Allí me encuentro amarrada a una columna en la ciudad submarina. Una Ningyo con el rostro chino de Duchy pasa en ágil nado por mi lado. Desato el nudo que me mantenía inmóvil y la persigo. Le pego mi mejor mordida, le arranco un pedazo grande de carne. Mastico, saboreo, trago. No me empeño en su captura. No me entusiasmaría tener que sobrevivir otro tsunami, mucho menos estropear la recién conquistada belleza eterna. Además una Ningyo de tal calibre no sirve para gabinete de curiosidades. Mejor que nade tranquila en los mares cálidos de Okinawa.

Duchy Man Valderá (izquierda) con el equipo de La Marca.


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